La VENTANA de FIHNEC
Capítulo Siete Mares
FIHNEC El Salvador

2002 - "USADO POR DIOS" - Testimonio del Doctor Guillermo Machón Rivera

Mi encuentro personal con Dios comenzó con el milagro de sanidad en mi hija. Cierto día en un desayuno de la Fraternidad de Hombres de Negocio del Evangelio Completo, FIHNEC, Ricardo Meneses me dijo: Mirá, te buscan unos hondureños que quieren orar por ti. Y yo le dije: Esos están locos, ¿Por qué van a orar por mi? Anduve huyéndoles, pero por fin decidí hablar con ellos.

El Ingeniero Ruddy Rivera de Honduras, me dijo: Mire, el Señor tiene un ministerio para usted. Y yo de chistoso le dije: ¿No será el de Hacienda? Ese es el que me gusta. No, esto es en serio, me dijo. Perdóneme le dije, ¡Pero me agarra de sorpresa! Que debo hacer, respondí. Párese ahí, me dijo. Se puso frente a mí y con otro hondureño me impusieron las manos. ¡Alabemos al Señor!, dijeron. Yo levanté las manos, miré para el techo del Hotel y empecé a alabar al Señor.

Alabando al Señor estaba, cuando ya no estaba hablando en español por así decirlo, sino que en otro lenguaje desconocido para mí. Empecé a sudar, y me empapé tanto que los zapatos los sentía como que me había metido en un charco de agua. Sentí que me habían lavado. Lleno de alegría, iba caminando y sentía como que iba a volar.

Llegué a casa, tomé la Biblia y empecé a leerla y cuando estaba leyendo, otra vez, empecé a orar en lenguas. Entonces me di cuenta y dije: Bueno ¡Si esta es la oración en lenguas! Algunas personas no creen, otras la atacan, a mí que me lo digan. Lo que puedo decir es que son verdaderas.

Un día, en el Centro Ginecológico, me encontré con un miembro de la Fraternidad que me dijo: Fijáte que ahí hay una familia que tiene un niñito con tétano en el ombligo, y dice el médico que es un caso de muerte, muy difícil de curar. Había un grupo de niños amigos y parientes del enfermito a quienes mi compañero hizo hacer un círculo, y les dijo, ustedes van a orar con nosotros. Empezamos a orar, y una niña decía: ¡Señor, Señor, que se cure! Otro decía: ¡Señor no dejés que se vaya!, y cosas bien bonitas. Cuando íbamos saliendo del Hospital, dije a mi compañero: Mirá, ¡fijáte que ese niño está sano! ¿Y vos como sabés?, me dijo. Yo no sé, pero ahorita siento que ese niño está sano, le dije.

El sábado siguiente, llegó al desayuno el padre del niño, y dijo que el médico había dicho que el niño estaba sano, y no sabían por qué porque es muy difícil que de esa enfermedad alguien se salve.

Otro día fuimos a la Policlínica a orar por un hijo de los Espinoza, que había chocado y estaba en cuidados intensivos en coma, temblando. Yo y otro compañero de la Fraternidad entramos, nos dieron permiso y fuimos a orar, y cuando le impusimos las manos, el médico que estaba al lado dijo: ¡Ah! Eso no puede ser! ¿Qué, no puede ser doctor?, le pregunté. Que se le quite el temblor, dijo. Quitamos las manos y empezó a temblar otra vez. Volvimos a ponerle las manos, y se le quitó el temblor. ¡Eso no puede ser! Y ustedes, ¿Qué tienen, y que le están haciendo? Dijo el doctor. Nada, le dijimos, solo le estamos pidiendo al Señor Jesús que lo sane y lo saque de esta cama. Pero lo más importante es que había allí unos veinte familiares y amigos, que cuando vieron lo que había pasando, aceptaron a Jesús como su Señor y Salvador.

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